Los conformistas tienen su cielo en la tierra: sus vidas flotan sobre los tiempos malos y ante la catástrofe acabada de suceder piensan que pudo haber sido peor.
La conformidad pisa siempre terreno seguro, aunque transite por horrosos pantanos: acepta tormentas con calma inverosímil y se plantea que los mejores tiempos están siempre por venir.
Lo difícil es ser inconforme. El inconformista es, de primer plano, tildado de mal agradecido, de inadaptado. Se le adjudican, sin muchos miramientos, todos los síntomas de la peor enfermedad, que es la ingratitud. Su vida oscila entre asechos de desprecios y la soledad que significa andar siempre por caminos desatendidos. Vivir en la inconformidad es asegurarse de que nada sea cierto, proclamar temprano cada mañana las grandes brechas abiertas a la decepción.
Los inconformes caminan con la herramienta de la duda, destapando ollas de podredumbre y pulsando su lira de aguafiestas. Son, en definitiva, juglares de la peor profecía. Cuando los conformes están listos para vivir la calma, los inconformes esperan el desafío de la tormenta, pero tienen la certeza de que la adversidad reconstruirá su mundo en uno mejor. Su optimismo les permite allanar todas las situaciones y entender las fatígas que anidan en las íntimas ligaduras de las comunidades humanas. Sus gestiones arrojan luz sobre las particularidades y permiten convertir en desecho, basura existencial, muchas de las rutinas de la vida, mientras con otras se realizan milagros. En ese sentido el inconformista lanza una mirada polifacética que todo lo abarca. Su deber es acercarse a todo para poderlo negar todo.
Comprende que para existir hay que sentir.
Si logra subsistir el diagnóstico de la enfermedad impuesta por su marco social, si logra convertir en rizas sus amargas vibraciones de cada día, el inconformista se convierte en el mejor maestro. El cúmulo de sus acciones, vistas al trasluz de sus gestas cotidianas, va enhebrando los códigos del porvenir que a su vez contribuyen a iluminar las preferencias de todos: conformes e inconformes.
Las dudas del inconforme trazan el mapa de las profecías más tristes y también las de los más sublímes. Su ejemplo es una mina inagotable de sabiduría, aunque en determinados momentos ésta pase por locura. Así ha ocurrido en numerosos ejemplos de la historia que resulta innecesario mencionar.
Quien mira la vida desde la óptica de la más obstinada conformidad niega la propia vida que le impulsa a seguir hacia adelante. Su vida va narrando las líneas apagadas e intrascendentes de su propio epitafio. El inconformista se conforma con negarlo todo. En ese caudal de negaciones erige la soledad de su propio destino, el lugar donde el uno y el otro se encuentran, curados de espantos y desafíos. (Angel Maldonado Acevedo)
martes, febrero 14, 2006
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Acerca de mí
- Angel Maldonado Acevedo
- 463 Campo Alegre, Utuado, Puerto Rico
- Periodista, Escritor y Poeta, Ciudadano Lector
2 comentarios:
Sos un maldito conformista.
El inconformista es el que se platea metas va siempre por el progreso, el conformismo es lo peor que hay en el mundo conduce al estancamiento. En lo personal pienso que el peor insulto que se le puede decir a una persona es: conformista.
El inconformismo es lo que nos hace querer ser mejores, querer siempre más. Pero cuando el inconformismo se lleva al extremo, cuando nunca se está conforme con nada, entonces deja de ser bueno, porque las personas no son nunca felices, sufren todo el tiempo.
El conformismo, llevado a su extremo, es nefasto. Si las personas fuéramos conformistas, seguiríamos en la época de las cavernas.
El inconformismo es lo que nos hace mejorar, pero, como en todo, los extremos son malos. Hay que tratar de encontrar el equilibrio entre el conformismo y el incoformismo.
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