HABITANES DE LA MEMORIA
Por Angel Maldonado Acevedo
Habitantes de la Memoria es una crónica de monumentos y espacios utuadeños que han tenido un valor significativo en nuestra historia pueblerina. En un momento en el que la investigación de los aspectos de nuestra historia y tradición local ha quedado huérfana con la partida del Dr. Pedro Hernández Paralitici, nuestro historiador municipal.
Cuando ni en el Municipio de Utuado hay disponible un documento de divulgación que nos ayude a conocernos mejor a nosotros mismos, la iniciativa de la Profesora Sandra Enriques Seiders y sus estudiantes de Historia de Puerto Rico, adquiere un significado que no podemos dejar pasar por alto. Más aún, cuando cada día parece que las memorias locales, las mejores tradiciones y la vida de nuestro devenir histórico parecen ocupar menos la atención del habitante común, agendas como la emprendida por este grupo de estudiantes y su profesora merecen el mayor de nuestros encomios y reconocimientos.
La importancia de los espacios, sean edificios públicos, ruinas y estructuras es que nos sirven de hilo conductor, de vaso comunicante con nuestro pasado. Nos permiten acercarnos y averiguar sobre sus usos, las celebraciones, tragedias o eventos cotidianos que en ellos se dieron. De ahí que al reflexionar sobre la realidad arquitectónica o espacial se reflexiona sobre el habitante. Por eso, al hablar de la plaza la alcaldía debemos hablar de don Pepín Roig, el alcalde, juez y arquitecto que fundó el Utuado urbano, tal y como lo conocemos, aunque un poco desmejorado. De ahí que al hablar de la Escuela Francisco Ramos (La Vieja Grammar School) debemos hablar de Pancho Ramos y al hablar de la Iglesia lo tenemos que hacer de padre Gregorio o Padre Venard o tantos otros que forjaron la Parroquia Franciscana de Utuado.
Algunos de los proyectos individuales de este libro se realizaron sobre ruinas arqueológicas del Utuado que como ha dicho la pintora Carmen Mercedes Vázquez tuvo sus mejores días. Entre estos La Finca de la Malagueta, El Centro Ceremonial Caguana, el Poblado Bajo el Agua del Lago Caonillas, la Central Azucarera de Pellejas o la Planta de los Morones. Otros son sobre instituciones ya inexistentes como la Central Pellejas, El Casino de Utuado, la Hacienda Roses, el Teatro de Utuado. Algunos estudiantes prefirieron instituciones vivas como la Torrefacción Café de Aquí de don Felipe Rodríguez o la Hacienda Danielito de José Bernardo Morales. Esta diversidad enriquece el proyecto como fuente de referencia. De la misma manera, las limitaciones del proyecto, el ser una obra para un curso introductorio de Historia, sin amplias pretensiones monográficas, son a su vez un valor, pues representan, para aquellos jóvenes lectores que no conocen la historia, un motivo para ampliar sus conocimientos y curiosidades acudiendo a los textos fundacionales de nuestra historia local que sirvieron de fuente bibliográfica a los estudiantes de la profesora Enríquez. Me explico, la lectura de los breves textos pican sin duda la curiosidad y el interés. De lograrse este propósito está cumplida la misión de la profesora y sus estudiantes. Por ello debemos de felicitarlos.
Finalmente una reflexión muy personal sobre los espacios que se van perdiendo.
Los sitios o el estudio arqueológico o micro histórico que sobre ellos se constituyen nos acercan al conocimiento de nuestro pasado y nos ayudan a entender porque somos como somos. Son un recurso irremplazable de un aprendizaje significativo. Ni el mejor conferenciante, ni el texto histórico más real, sustituyen ese aprendizaje que se da tocando lo significativo, aprehendiendo el espacio como testimonio de la existencia de un pueblo. Por eso el alto nivel de motivación, según la profesora Enríquez, que este grupo de estudiantes ha sentido al preparar esta obra sencilla en sus contenidos pero sumamente valiosa en sus propósitos pedagógicos. No es para menos, han logrado un aprendizaje y manejado unas destrezas que podrán alentar, Dios lo quiera, otros proyectos más personales y abarcadores.
Para mí los espacios de la ciudad que habito significan mucho, aunque estén en ruinas o en abandono. Como poeta me adscribo a la magia que escenifican y que tal vez para algunos pase por desapercibida.
El psicólogo jungiano norteamericano Thomas Moore en El Placer de Cada Día nos dice que los habitantes como los caracoles, “cargamos con nuestros hogares cada vez que nos desplazamos de un lugar a otro, porque en última instancia el hogar reside en un lejano rincón del alma”. Nos dice, además, que las ruinas hacen por el alma de una comunidad que muchos edificios nuevos y señala, lo que nos parece el paradigma de cualquier conservacionista: “honrar las ruinas sería una forma de expresar nuestros vínculos con el pasado y reconocer la sabiduría de aquellos que no disfrutaron de nuestros avances tecnológicos” A través del proceso por el que las cosas se convierten en ruinas se revela su alma, el sentimiento del lugar, el genius loci, o genio del lugar como decían los escritores romanos.
La lectura de estos textos ha contribuido a reanimar ese genius loci que como utuadeño, y se que muchos otros lo cargan, llevo empalmado en el alma. Felicidades a la profesora y a los estudiantes y a la institución, la Universidad de Pureto Rico en Utuado que propició su publicación.
sábado, marzo 06, 2004
miércoles, marzo 03, 2004
La vanidad del ñame
La vanidad es una frágil pompa de jabón cuya liviandad pesa como un tormento. Los individuos vanidosos viven en la insoportable contradicción de la fragilidad de sus poses y la pesadez de su carácter. No sé cómo pueden soportar el vivir en ese vaivén que representan sus vacías pompas y su pesado tránsito entre los demás mortales. Cargan con sus vicios como si fueran virtudes y marchan como si siempre tuvieran un espejo frente a ellos.
La vanidad que se exhibe en ciertos lugares públicos (llamémosle oficinas o pantallas de televisión) es una mercancía que los principios de urbanidad y decencia nos obligan a comprar cada día. A consumirla adentro para vomitarla afuera. Es el pago de tener que convivir en ciertas sociedades y asociaciones. La rutina que nos fuerza a la indeseada convivencia también nos da el valor para repelerla. Nos despojamos de los vanidosos como quien suelta un estornudo. Pero a veces se nos hace un poco difícil.
Las flaquezas humanas tienen su razón de ser y no hay ser sin flaquezas. Algunas de ellas se convierten en parte de nuestro equipaje, de nuestras defensas y maneras de enfrentar las realidades. Pero cuando en un individuo se unen varias flaquezas, digamos una insoportable dosis de vanidad, una pobre sensibilidad, una crasa falta de cultura y un título que pretende dignificar todos esos atributos estamos ante un verdadero caso patológico. Las virtudes que pudiera expresar tal ente se esconden, naturalmente, en el equipaje de sus insuficiencias. Por más que ahondemos en los filones de su posible nobleza, nos enfrentamos a los filones de su incurable vanidad.
“Un ñame con corbata”, oí hace algún tiempo que llamaban a un conocido “líder” de mi comunidad. Desde aquel tiempo he tratado de sacudirme a esos especimenes, pero estos parecen reproducirse como los gremlins. Tendré que adoptar una sordera filosófica para no escucharlos y unas gafas de mágica oscuridad para no mirarlos. O tendré que asumir la vida como teatro y verlo todo como una representación artificiosa de la existencia. Una comedia que podríamos titular La vanidad del ñame en honor al casi olvidado personaje que hoy he vuelto a ver reproducido con quienes tengo el desagradable honor de tropezar alguna que otra vez en mis actividades cotidianas. (Angel Maldonado Acevedo)
La vanidad que se exhibe en ciertos lugares públicos (llamémosle oficinas o pantallas de televisión) es una mercancía que los principios de urbanidad y decencia nos obligan a comprar cada día. A consumirla adentro para vomitarla afuera. Es el pago de tener que convivir en ciertas sociedades y asociaciones. La rutina que nos fuerza a la indeseada convivencia también nos da el valor para repelerla. Nos despojamos de los vanidosos como quien suelta un estornudo. Pero a veces se nos hace un poco difícil.
Las flaquezas humanas tienen su razón de ser y no hay ser sin flaquezas. Algunas de ellas se convierten en parte de nuestro equipaje, de nuestras defensas y maneras de enfrentar las realidades. Pero cuando en un individuo se unen varias flaquezas, digamos una insoportable dosis de vanidad, una pobre sensibilidad, una crasa falta de cultura y un título que pretende dignificar todos esos atributos estamos ante un verdadero caso patológico. Las virtudes que pudiera expresar tal ente se esconden, naturalmente, en el equipaje de sus insuficiencias. Por más que ahondemos en los filones de su posible nobleza, nos enfrentamos a los filones de su incurable vanidad.
“Un ñame con corbata”, oí hace algún tiempo que llamaban a un conocido “líder” de mi comunidad. Desde aquel tiempo he tratado de sacudirme a esos especimenes, pero estos parecen reproducirse como los gremlins. Tendré que adoptar una sordera filosófica para no escucharlos y unas gafas de mágica oscuridad para no mirarlos. O tendré que asumir la vida como teatro y verlo todo como una representación artificiosa de la existencia. Una comedia que podríamos titular La vanidad del ñame en honor al casi olvidado personaje que hoy he vuelto a ver reproducido con quienes tengo el desagradable honor de tropezar alguna que otra vez en mis actividades cotidianas. (Angel Maldonado Acevedo)
Eternidad
Me cansa el espejo mudo
Que me mira a cada hora
La sombra que se desflora
Como si fuera mi escudo
Todo lo entiendo y lo dudo
Urdido de vanidad
Como si fuera verdad
Que este paso por la vida
Tiene su contrapartida
En su propia eternidad.
Que me mira a cada hora
La sombra que se desflora
Como si fuera mi escudo
Todo lo entiendo y lo dudo
Urdido de vanidad
Como si fuera verdad
Que este paso por la vida
Tiene su contrapartida
En su propia eternidad.
martes, marzo 02, 2004
Hablo de mí
Vivo en una isla
Rodeada de crepúsculos.
En un mar de silencio
Que lanza oráculos inciertos.
Mi casa es un deseo radiante
Que obsede como música.
Vivo en esta ilusión
De concitar que existo.
Hablo de las palabras
Del incendio que surge
De esas oscuras sonoridades apagadas.
Hablo de las orillas
Que nunca he visitado.
De puertos que llegaron con sus viejas canciones
Hasta mi orilla despoblada.
Hablo de mí del transeúnte opaco
Del marinero en reposo.
Del ácido habitante en las orillas
Donde la voz rehuye los plácidos encuentros.
Hablo de una ventana abierta siempre.
Angel Maldonado
Rodeada de crepúsculos.
En un mar de silencio
Que lanza oráculos inciertos.
Mi casa es un deseo radiante
Que obsede como música.
Vivo en esta ilusión
De concitar que existo.
Hablo de las palabras
Del incendio que surge
De esas oscuras sonoridades apagadas.
Hablo de las orillas
Que nunca he visitado.
De puertos que llegaron con sus viejas canciones
Hasta mi orilla despoblada.
Hablo de mí del transeúnte opaco
Del marinero en reposo.
Del ácido habitante en las orillas
Donde la voz rehuye los plácidos encuentros.
Hablo de una ventana abierta siempre.
Angel Maldonado
lunes, marzo 01, 2004
domingo, febrero 29, 2004
DE TURISTAS Y DESTERRADOS
Por Angel Maldonado Acevedo
Piensa globalmente, actúa localmente. En algún lugar de la internet recojo esta consigna de alguno de los filósofos situacionistas que estuvieron de moda en las últimas décadas del siglo XX. La frase me parece apropiada para sostener la idea del compromiso que todos tenemos con las comunidades donde convivimos, en la cual expresamos nuestros amores y desamores cotidianos, donde nacemos y donde somos enterrados.
Aunque sabemos donde nacemos y no donde vamos a morir, siempre los caminos de la deriva nos llevarán a una orilla donde una comunidad nos ofrecerá su asentamiento. Ahí pondremos a prueba la virtud de las adaptaciones propia de la gente de los caminos. Por eso no creo no conocer gente más localizada que aquella que ha sido marcada por señales de muchas sendas. Estos aprecian los oasis de toda orilla porque conocen las vicisitudes de todos los desiertos. Saben que toda comunidad irradia calor y se sostiene en el aliento de sus historias y mitos que el visitante va modificando con elementos y signos de otros lugares. El viajero es un juglar de canciones que se adaptan y le permiten sobrevivir en cualquier lugar, más aún, hacer suyo cualquier lugar. En cada comunidad la canción o la historia se rehacen, se vuelven propias, adquieren el ropaje de la nueva cotidianidad. Son historias globales que se hacen locales allí donde la deriva permite que nos asentemos un tiempo, aunque sea el tiempo breve de la canción y el espectáculo.
Todo esto nos lleva a pensar que no existen los lugares globales. Cada lugar es local sólo que ciertos lugares alcanzan gracias a la exposición mediática un reconocimiento casi universal. La mirada del turista asiste al espectáculo de lo global, en esa sobreimposición de imágenes transitorias en los que se ha convertido el turismo de nuestro tiempo. Sólo el desterrado encuentra en lo local de los nuevos lugares el espacio que el tiempo y la distancia les han quitado.
La literatura - especialmente la poesía - nos presenta millares de ejemplos que nos permiten transitar como lectores por esos espacios que el desterrado se apropia para mitigar y hacer más llevadero su exilio. Algunas de esas apropiaciones duran toda la vida y logran sustituir en el marco de la actividad cotidiana el espacio original. Este sólo queda en el recuerdo que se traduce en la mejor poesía.
Inevitablemente somos seres comunitarios y la globalización es solamente una forma de convertirnos en cifra para propósitos de usarnos como consumidores. La voz de lo global es un simulacro que intenta apagar la vida. Solamente seremos globales en la mediad en que seamos locales. En la medida en que respetemos cada identidad, cada espacio cultural. En la medida en que miremos hacia lo distinto con la pasión de lo nuestro. Es en el pequeño territorio de nuestra vida, nuestras esperanzas, frustraciones y fracasos, que se detendrá finamente la mirada de lo global. Desde todas partes volveremos a nosotros a ver el fruto de ese largo recorrido que representan nuestros exilios existenciales.
Por Angel Maldonado Acevedo
Piensa globalmente, actúa localmente. En algún lugar de la internet recojo esta consigna de alguno de los filósofos situacionistas que estuvieron de moda en las últimas décadas del siglo XX. La frase me parece apropiada para sostener la idea del compromiso que todos tenemos con las comunidades donde convivimos, en la cual expresamos nuestros amores y desamores cotidianos, donde nacemos y donde somos enterrados.
Aunque sabemos donde nacemos y no donde vamos a morir, siempre los caminos de la deriva nos llevarán a una orilla donde una comunidad nos ofrecerá su asentamiento. Ahí pondremos a prueba la virtud de las adaptaciones propia de la gente de los caminos. Por eso no creo no conocer gente más localizada que aquella que ha sido marcada por señales de muchas sendas. Estos aprecian los oasis de toda orilla porque conocen las vicisitudes de todos los desiertos. Saben que toda comunidad irradia calor y se sostiene en el aliento de sus historias y mitos que el visitante va modificando con elementos y signos de otros lugares. El viajero es un juglar de canciones que se adaptan y le permiten sobrevivir en cualquier lugar, más aún, hacer suyo cualquier lugar. En cada comunidad la canción o la historia se rehacen, se vuelven propias, adquieren el ropaje de la nueva cotidianidad. Son historias globales que se hacen locales allí donde la deriva permite que nos asentemos un tiempo, aunque sea el tiempo breve de la canción y el espectáculo.
Todo esto nos lleva a pensar que no existen los lugares globales. Cada lugar es local sólo que ciertos lugares alcanzan gracias a la exposición mediática un reconocimiento casi universal. La mirada del turista asiste al espectáculo de lo global, en esa sobreimposición de imágenes transitorias en los que se ha convertido el turismo de nuestro tiempo. Sólo el desterrado encuentra en lo local de los nuevos lugares el espacio que el tiempo y la distancia les han quitado.
La literatura - especialmente la poesía - nos presenta millares de ejemplos que nos permiten transitar como lectores por esos espacios que el desterrado se apropia para mitigar y hacer más llevadero su exilio. Algunas de esas apropiaciones duran toda la vida y logran sustituir en el marco de la actividad cotidiana el espacio original. Este sólo queda en el recuerdo que se traduce en la mejor poesía.
Inevitablemente somos seres comunitarios y la globalización es solamente una forma de convertirnos en cifra para propósitos de usarnos como consumidores. La voz de lo global es un simulacro que intenta apagar la vida. Solamente seremos globales en la mediad en que seamos locales. En la medida en que respetemos cada identidad, cada espacio cultural. En la medida en que miremos hacia lo distinto con la pasión de lo nuestro. Es en el pequeño territorio de nuestra vida, nuestras esperanzas, frustraciones y fracasos, que se detendrá finamente la mirada de lo global. Desde todas partes volveremos a nosotros a ver el fruto de ese largo recorrido que representan nuestros exilios existenciales.
La computadora como contaminante social
Por Angel Maldonado Acevedo
Cuando las auto-impuestas demandas de movilidad y urgencia nos reducen el tiempo de atención que le podemos prestar a casi todo, se acentúa la importancia de las experiencias cuya totalidad podemos abarcar en el minuto que tenemos disponible. Vivimos en un mundo de seguir hacia delante, las experiencias que perdemos ya no son re-cobrables, pero ya vendrán otras de seguro que las sustituirán. De ahí extraordinaria cantidad de ofertas que nos ofrecen los medios y que nos obligan a ir dando saltos de canal en canal de televisión o estaciones radiales. Con la llegada de la Internet esa oferta llega hasta el ahogo. Ya no es posible seguirle el rastro a los temas. No es como una novela que nos entregan capítulo a capítulo. Se trata de que mañana enfrentaremos otras experiencias, tal vez distintas, tal vez matizadas con sorpresas. La rapidez hace que la vida se torne impredecible. La multiplicad de ofertas nos obliga a consumirlas y digerirlas hoy mismo. De sobresalto en sobresalto.
Esa vertiginosidad de la vida nos ha sido empujada por la tecnología. El fenómeno de la rapidez se une a la idea de la sincronicidad y la simultaneidad. La tecnología nos ha permitido asistir al nacimiento de la aldea global, que predijo Marshal Mac Luhan en los años 70. Los hechos (guerras, eventos deportivos, desfiles, catástrofes) ocurren y simultáneamente se convierten en eventos mediáticos que ocupan nuestro tiempo no importa en la parte del mundo en la que estemos. Participamos, a través de los medios en la historicidad de los eventos. Ya no tenemos que esperar como ocurría en el siglo XIX, que llegara un barco tras meses de viaje para traernos una noticia.
Por eso, quien entregue más rápido ejerce dominio. Bill Gates, el presidente y fundador de Microsoft, ha dicho que entre el 50 al 60 por ciento del ingreso bruto de los países industrializados proviene del procesamiento de información que se procesa a través del gigantesco sistema nervioso constituido por la comunicación vía satélites y la transmisión de imágenes y contenidos (la llamada red mundial). La información se procesa, se expide y se consume con asombrosa rapidez. Los mercados, la ley de la oferta y la demanda, están regidos por esa rapidez. No se puede dejar nada para mañana porque será muy tarde. Los seres humanos somos obligados a tomar decisiones rápidas, sin que tengamos mucho tiempo para pensarlo.
El problema es la sobre carga de información. Si en una época teníamos escasez ahora la información para tomar decisiones es abundante. Y ahí, en ese punto, de acuerdo a algunos comentaristas es que radica el problema de la sociedad de la información. Como señala el comentarista David Shenk en su esclarecedor libro Data Smog: surviving the Information Glut, la sobrecarga de información se ha convertido en un problema social, político y emocional. La sobre carga de información se convierte más que en un valor de transacción en un contaminante social. Asistimos a un gran basurero de información que nos cubre y nos trasciende. Los síntomas de la enfermedad que nos produce este basurero comienza a ser estudiado por los profesionales de la conducta. Algunos llegan a comparar los efectos sobre la mente con el consumo de los alimentos basura (yunk food) y su efecto altamente nocivo en la salud de los niños.
Shenk, el autor antes citado, opina que el gran problema es que tratemos de adoptar ese mundo como modelo de educación en nuestras escuelas (como lo predica Bill Gates). Realmente, nos dice, la computadora no es un extraordinario instrumento para un salón de clases. El mal uso de un recurso que no nació para el salón de clases (la computadora) lo que haría es contribuir a la acumulación de datos incoherentes, sin sentido, y convertir el salón de clases en un enorme basurero intelectual. Las escuelas no pueden seguir la rapidez que nos impone la industria de las comunicaciones. Las escuelas son lugares de reflexión crítica, de aprendizajes que marchen de acuerdo a los procesos evolutivos naturales, de valoración y pensamiento. Por eso, ni la computadora más rápida y versátil, ni el acceso más cómodo a la Internet, pueden sustituir un buen libro como instrumento de aprendizaje. La vertiginosidad, la acumulación de datos sin poder analizar y estudiar, aquello que Paulo Freire llamó la educación bancaria, se torna sumamente peligrosa para los estudiante, a menos que queramos crear autómatas y zombies para que sean nuestros líderes en el mañana. Si a las escuelas le metemos basura, sacaremos basura, para usar el predicamento del curso básico de computadoras que nos dice: garbage in, garbage out. Convertir las escuelas en enormes procesadores de basura intelectual sería un daño irremediable para las futuras generaciones.
Por Angel Maldonado Acevedo
Cuando las auto-impuestas demandas de movilidad y urgencia nos reducen el tiempo de atención que le podemos prestar a casi todo, se acentúa la importancia de las experiencias cuya totalidad podemos abarcar en el minuto que tenemos disponible. Vivimos en un mundo de seguir hacia delante, las experiencias que perdemos ya no son re-cobrables, pero ya vendrán otras de seguro que las sustituirán. De ahí extraordinaria cantidad de ofertas que nos ofrecen los medios y que nos obligan a ir dando saltos de canal en canal de televisión o estaciones radiales. Con la llegada de la Internet esa oferta llega hasta el ahogo. Ya no es posible seguirle el rastro a los temas. No es como una novela que nos entregan capítulo a capítulo. Se trata de que mañana enfrentaremos otras experiencias, tal vez distintas, tal vez matizadas con sorpresas. La rapidez hace que la vida se torne impredecible. La multiplicad de ofertas nos obliga a consumirlas y digerirlas hoy mismo. De sobresalto en sobresalto.
Esa vertiginosidad de la vida nos ha sido empujada por la tecnología. El fenómeno de la rapidez se une a la idea de la sincronicidad y la simultaneidad. La tecnología nos ha permitido asistir al nacimiento de la aldea global, que predijo Marshal Mac Luhan en los años 70. Los hechos (guerras, eventos deportivos, desfiles, catástrofes) ocurren y simultáneamente se convierten en eventos mediáticos que ocupan nuestro tiempo no importa en la parte del mundo en la que estemos. Participamos, a través de los medios en la historicidad de los eventos. Ya no tenemos que esperar como ocurría en el siglo XIX, que llegara un barco tras meses de viaje para traernos una noticia.
Por eso, quien entregue más rápido ejerce dominio. Bill Gates, el presidente y fundador de Microsoft, ha dicho que entre el 50 al 60 por ciento del ingreso bruto de los países industrializados proviene del procesamiento de información que se procesa a través del gigantesco sistema nervioso constituido por la comunicación vía satélites y la transmisión de imágenes y contenidos (la llamada red mundial). La información se procesa, se expide y se consume con asombrosa rapidez. Los mercados, la ley de la oferta y la demanda, están regidos por esa rapidez. No se puede dejar nada para mañana porque será muy tarde. Los seres humanos somos obligados a tomar decisiones rápidas, sin que tengamos mucho tiempo para pensarlo.
El problema es la sobre carga de información. Si en una época teníamos escasez ahora la información para tomar decisiones es abundante. Y ahí, en ese punto, de acuerdo a algunos comentaristas es que radica el problema de la sociedad de la información. Como señala el comentarista David Shenk en su esclarecedor libro Data Smog: surviving the Information Glut, la sobrecarga de información se ha convertido en un problema social, político y emocional. La sobre carga de información se convierte más que en un valor de transacción en un contaminante social. Asistimos a un gran basurero de información que nos cubre y nos trasciende. Los síntomas de la enfermedad que nos produce este basurero comienza a ser estudiado por los profesionales de la conducta. Algunos llegan a comparar los efectos sobre la mente con el consumo de los alimentos basura (yunk food) y su efecto altamente nocivo en la salud de los niños.
Shenk, el autor antes citado, opina que el gran problema es que tratemos de adoptar ese mundo como modelo de educación en nuestras escuelas (como lo predica Bill Gates). Realmente, nos dice, la computadora no es un extraordinario instrumento para un salón de clases. El mal uso de un recurso que no nació para el salón de clases (la computadora) lo que haría es contribuir a la acumulación de datos incoherentes, sin sentido, y convertir el salón de clases en un enorme basurero intelectual. Las escuelas no pueden seguir la rapidez que nos impone la industria de las comunicaciones. Las escuelas son lugares de reflexión crítica, de aprendizajes que marchen de acuerdo a los procesos evolutivos naturales, de valoración y pensamiento. Por eso, ni la computadora más rápida y versátil, ni el acceso más cómodo a la Internet, pueden sustituir un buen libro como instrumento de aprendizaje. La vertiginosidad, la acumulación de datos sin poder analizar y estudiar, aquello que Paulo Freire llamó la educación bancaria, se torna sumamente peligrosa para los estudiante, a menos que queramos crear autómatas y zombies para que sean nuestros líderes en el mañana. Si a las escuelas le metemos basura, sacaremos basura, para usar el predicamento del curso básico de computadoras que nos dice: garbage in, garbage out. Convertir las escuelas en enormes procesadores de basura intelectual sería un daño irremediable para las futuras generaciones.
29 de febrero de 2004. Año Bisiesto. Buen momento para comenzar a abrir este camino de reflexiones y comentarios que espero que sean compartidas. El mundo no cabe en unas palabras, pero ciertamente, ellas pueden abrir posibilidades a lo incierto y lo desconocido. La vida cotidiana dondequiera es la misma, lo que puede ser distintos son los milagros que en ella pueden ocurrir. Son los milagros que queremos compartir.
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Acerca de mí
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- Periodista, Escritor y Poeta, Ciudadano Lector