miércoles, marzo 03, 2004

La vanidad del ñame

La vanidad es una frágil pompa de jabón cuya liviandad pesa como un tormento. Los individuos vanidosos viven en la insoportable contradicción de la fragilidad de sus poses y la pesadez de su carácter. No sé cómo pueden soportar el vivir en ese vaivén que representan sus vacías pompas y su pesado tránsito entre los demás mortales. Cargan con sus vicios como si fueran virtudes y marchan como si siempre tuvieran un espejo frente a ellos.
La vanidad que se exhibe en ciertos lugares públicos (llamémosle oficinas o pantallas de televisión) es una mercancía que los principios de urbanidad y decencia nos obligan a comprar cada día. A consumirla adentro para vomitarla afuera. Es el pago de tener que convivir en ciertas sociedades y asociaciones. La rutina que nos fuerza a la indeseada convivencia también nos da el valor para repelerla. Nos despojamos de los vanidosos como quien suelta un estornudo. Pero a veces se nos hace un poco difícil.
Las flaquezas humanas tienen su razón de ser y no hay ser sin flaquezas. Algunas de ellas se convierten en parte de nuestro equipaje, de nuestras defensas y maneras de enfrentar las realidades. Pero cuando en un individuo se unen varias flaquezas, digamos una insoportable dosis de vanidad, una pobre sensibilidad, una crasa falta de cultura y un título que pretende dignificar todos esos atributos estamos ante un verdadero caso patológico. Las virtudes que pudiera expresar tal ente se esconden, naturalmente, en el equipaje de sus insuficiencias. Por más que ahondemos en los filones de su posible nobleza, nos enfrentamos a los filones de su incurable vanidad.
“Un ñame con corbata”, oí hace algún tiempo que llamaban a un conocido “líder” de mi comunidad. Desde aquel tiempo he tratado de sacudirme a esos especimenes, pero estos parecen reproducirse como los gremlins. Tendré que adoptar una sordera filosófica para no escucharlos y unas gafas de mágica oscuridad para no mirarlos. O tendré que asumir la vida como teatro y verlo todo como una representación artificiosa de la existencia. Una comedia que podríamos titular La vanidad del ñame en honor al casi olvidado personaje que hoy he vuelto a ver reproducido con quienes tengo el desagradable honor de tropezar alguna que otra vez en mis actividades cotidianas. (Angel Maldonado Acevedo)

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Periodista, Escritor y Poeta, Ciudadano Lector