Curiosidad histórica, entusiasmo juvenil y el deseo de acercarse a espacios poco transitados, enmarcaron la travesía que un grupo de entusiastas profesores de distintas disciplinas, profesionales y aficionados de la arqueología y de los ambientes naturales realizó al área de las cavernas del Rio Tanamá, entre los barrios de Caguana y Ángeles de Utuado. Habíamos planificado la gira semanas antes entusiasmados por el interés del arqueólogo de la Universidad de Puerto Rico en Utuado, Dr. Reniel Rodríguez Ramos, de comenzar a documentar los proyectos de investigación arqueológica que planifica para la Universidad de Puerto Rico en Utuado.
Seleccionamos esta área por el interés de algunos de los participantes de revistar el lugar y de otros por conocer sitios del que habían escuchado muchas historias.
Para unos como Héctor Luis Cintrón Méndez, profesor de Contabilidad, y Luis Enrique Lafontaine, pintor y arqueólogo aficionado, era un camino recorrido hace mucho tiempo. Marisol Dávila Negrón, profesora de entomología y fundadora de un mariposario en UPR Utuado, llevaba la agenda de encontrar una que otra mariposa. Otros como Yolanda Molina Serrano, pintora, poeta y profesora de Pedagogía, eran caminantes noveles en aquellos espacios. Roberto Martínez, arqueólogo e historiador, y su ayudante Oscar, conocían por referencia del lugar, así como de las investigaciones previas hechas por otros colegas arqueólogos. Todos, profesionales y los aficionados, disfrutamos de un excelente dia de camaradería y aprendizaje, bajo la guía del mejor dia de la zona, Guilo Cintron, cuya residencia fue parada obligada al comienzo y al agotador final. Allí nos sirvieron jugo de china recién exprimida, un delicioso café y un canita recién curado, que fue la delicia de la mayoría.
Desde la residencia de los hermanos Cintrón, bajo la guía y la tutela de Guilo Cintrón, emprendimos por las veredas silvestres hacia nuestro destino: la cueva del arco, la cueva de los muertos, la cueva de Juan Gonzáles y otras cavernas de la localidad.
Como ocurre muchas veces, y como le sugerí a una de las compañeras de viaje, la Dra. Yolanda Molina Serrano, en este tipo de travesía ocurre como en el poema Ithaca de Constantine Cavafis, el premio no está en lo que encuentras al final del camino, sino en las experiencias que ganas en la travesía.
De estas formas fluyeron los diálogos con nuestro guía, sobre los viejos pobladores del área, las charlas con el Dr. Roberto Martínez y su ayudante de campo, Oscar, sobre los poblamientos indígenas de la zona y las investigaciones que se hicieron en el pasado de los mismos.
No escasearon las caídas en el terreno húmedo ni las oportunidad de apagar la sed en los abundantes manantiales que manan de las rocas kársticas, ni la admiración por la voluntad de los escasos residentes por crear vías de acceso, como el puente tirolano realizado por un residente del lugar, Jorge Pérez, ni el sistema de agua potable mediante el sistema de ariete hidráulico que permite llevar el agua por varios kilómetros desde un manantial en lo profundo del cañón, a orillas del Río Tanamá, hasta la residencia de los hermanos Cintrón.
Nos acercamos, además, a ruinas de viviendas de antiguos pobladores de la zona boscosa, a las calzadas de piedra formadas como terrazas de cultivo al contorno de algunos lugares que el Dr. Roberto Martínez, propulsor de la teoría de convivencia dentro las culturas indígenas y los primeros pobladores de origen hispánico, definió como terrazas indígenas.
Tema aparte son las grandes cavernas en el área de Río Tanamá, que han sido ampliamente exploradas y documentadas por arqueólogos y naturalistas. Vimos, entre otras cosas, evidencias del saqueo y la destrucción, pero también las maravillosas imágenes de la luz entrando a las cavernas, la inagotable vegetación y percibimos la paz de lugar.
Lo que sorprende, sin embargo, de esta zona del país, es la abundancia de fuentes de agua. Basta examinar los muchos manantiales que brotan de las rocas para reconocer el gran valor estratégico del área del Carso como fuente productora de agua potable, además del valor ecológico y turístico de la misma.
Al final, después de casi seis horas de caminata continua, y mientras saboreamos un rico cafecito preparado por Julio Cintrón, agotados por el cansancio, pero entusiasmados por esta primera experiencia, nos dijimos que vale la pena continuar con otras travesias. El calendario es extenso. Ojalá que otros se nos unan y puedan compartir la experiencia que este primer grupo.
Para el que escribe estas notas, residente de casi toda la vida en esta región, este viaje a la zona del Carso fue una especie de continuación de los que a comienzos de la década de 1980, realizamos un grupo de aficionados a la arqueología a distintos lugares de nuestro territorio. Hoy, aunque mas propicios al agotamiento, guardamos el mismo entusiasmo y la esperanza de que muchas personas se acerquen a conocer y a proteger a nuestro patrimonio. En ese ánimo estamos para la próxima travesía. (Angel Maldonado Acevedo es poeta, reside en Utuado) Las fotos son del Profesor Héctor Cintrón Méndez, de la Universidad de Puerto Rico en Utuado)
Seleccionamos esta área por el interés de algunos de los participantes de revistar el lugar y de otros por conocer sitios del que habían escuchado muchas historias.
Para unos como Héctor Luis Cintrón Méndez, profesor de Contabilidad, y Luis Enrique Lafontaine, pintor y arqueólogo aficionado, era un camino recorrido hace mucho tiempo. Marisol Dávila Negrón, profesora de entomología y fundadora de un mariposario en UPR Utuado, llevaba la agenda de encontrar una que otra mariposa. Otros como Yolanda Molina Serrano, pintora, poeta y profesora de Pedagogía, eran caminantes noveles en aquellos espacios. Roberto Martínez, arqueólogo e historiador, y su ayudante Oscar, conocían por referencia del lugar, así como de las investigaciones previas hechas por otros colegas arqueólogos. Todos, profesionales y los aficionados, disfrutamos de un excelente dia de camaradería y aprendizaje, bajo la guía del mejor dia de la zona, Guilo Cintron, cuya residencia fue parada obligada al comienzo y al agotador final. Allí nos sirvieron jugo de china recién exprimida, un delicioso café y un canita recién curado, que fue la delicia de la mayoría.
Desde la residencia de los hermanos Cintrón, bajo la guía y la tutela de Guilo Cintrón, emprendimos por las veredas silvestres hacia nuestro destino: la cueva del arco, la cueva de los muertos, la cueva de Juan Gonzáles y otras cavernas de la localidad.
Como ocurre muchas veces, y como le sugerí a una de las compañeras de viaje, la Dra. Yolanda Molina Serrano, en este tipo de travesía ocurre como en el poema Ithaca de Constantine Cavafis, el premio no está en lo que encuentras al final del camino, sino en las experiencias que ganas en la travesía.
De estas formas fluyeron los diálogos con nuestro guía, sobre los viejos pobladores del área, las charlas con el Dr. Roberto Martínez y su ayudante de campo, Oscar, sobre los poblamientos indígenas de la zona y las investigaciones que se hicieron en el pasado de los mismos.
No escasearon las caídas en el terreno húmedo ni las oportunidad de apagar la sed en los abundantes manantiales que manan de las rocas kársticas, ni la admiración por la voluntad de los escasos residentes por crear vías de acceso, como el puente tirolano realizado por un residente del lugar, Jorge Pérez, ni el sistema de agua potable mediante el sistema de ariete hidráulico que permite llevar el agua por varios kilómetros desde un manantial en lo profundo del cañón, a orillas del Río Tanamá, hasta la residencia de los hermanos Cintrón.
Nos acercamos, además, a ruinas de viviendas de antiguos pobladores de la zona boscosa, a las calzadas de piedra formadas como terrazas de cultivo al contorno de algunos lugares que el Dr. Roberto Martínez, propulsor de la teoría de convivencia dentro las culturas indígenas y los primeros pobladores de origen hispánico, definió como terrazas indígenas.
Tema aparte son las grandes cavernas en el área de Río Tanamá, que han sido ampliamente exploradas y documentadas por arqueólogos y naturalistas. Vimos, entre otras cosas, evidencias del saqueo y la destrucción, pero también las maravillosas imágenes de la luz entrando a las cavernas, la inagotable vegetación y percibimos la paz de lugar.
Lo que sorprende, sin embargo, de esta zona del país, es la abundancia de fuentes de agua. Basta examinar los muchos manantiales que brotan de las rocas para reconocer el gran valor estratégico del área del Carso como fuente productora de agua potable, además del valor ecológico y turístico de la misma.
Al final, después de casi seis horas de caminata continua, y mientras saboreamos un rico cafecito preparado por Julio Cintrón, agotados por el cansancio, pero entusiasmados por esta primera experiencia, nos dijimos que vale la pena continuar con otras travesias. El calendario es extenso. Ojalá que otros se nos unan y puedan compartir la experiencia que este primer grupo.
Para el que escribe estas notas, residente de casi toda la vida en esta región, este viaje a la zona del Carso fue una especie de continuación de los que a comienzos de la década de 1980, realizamos un grupo de aficionados a la arqueología a distintos lugares de nuestro territorio. Hoy, aunque mas propicios al agotamiento, guardamos el mismo entusiasmo y la esperanza de que muchas personas se acerquen a conocer y a proteger a nuestro patrimonio. En ese ánimo estamos para la próxima travesía. (Angel Maldonado Acevedo es poeta, reside en Utuado) Las fotos son del Profesor Héctor Cintrón Méndez, de la Universidad de Puerto Rico en Utuado)