El Salto de los morones
Me remonto a algún día a mediados de los años 50. Un día de verano caliente. La pandilla se dirige a Los Morones en Salto Arriba, a patita, varios quilómetros al sur de La Playita, por la vieja carretera 10 que conduce hasta el pueblo de Adjuntas. Por el camino se nos unen otros grupos que van al mismo destino o que posiblemente se desvíen hacia el Rio Goaonico o hacia el Roncador. Es la peregrinación típica de muchachos de clase pobre hacia los tres ríos pueblerinos. De todos los charcos de la comarca Los morones es el más espectacular, y el más peligroso, dicen los mayores. En realidad son varias charchas enmarcadas por una mole espectacular de rocas, labradas milenariamente por las aguas del Rio Grande de Arecibo y cubiertas, algunas de ellas, de sugerentes petroglifos indígenas. El agua asentada en las enormes pozas es de una mansedumbre que embruja, mientras el ruido de las cascadas alimenta el espíritu aventurero juvenil.
Me remonto a algún día a mediados de los años 50. Un día de verano caliente. La pandilla se dirige a Los Morones en Salto Arriba, a patita, varios quilómetros al sur de La Playita, por la vieja carretera 10 que conduce hasta el pueblo de Adjuntas. Por el camino se nos unen otros grupos que van al mismo destino o que posiblemente se desvíen hacia el Rio Goaonico o hacia el Roncador. Es la peregrinación típica de muchachos de clase pobre hacia los tres ríos pueblerinos. De todos los charcos de la comarca Los morones es el más espectacular, y el más peligroso, dicen los mayores. En realidad son varias charchas enmarcadas por una mole espectacular de rocas, labradas milenariamente por las aguas del Rio Grande de Arecibo y cubiertas, algunas de ellas, de sugerentes petroglifos indígenas. El agua asentada en las enormes pozas es de una mansedumbre que embruja, mientras el ruido de las cascadas alimenta el espíritu aventurero juvenil.
En ambas orillas se elevan las montañas formando un tazón de verdores que trepa hacia un cielo sin nubes. El calor intenso y la extenuante caminata de tres kilómetros invitan a disfrutar de las aguas. Se escuchan, escondidos en la arboleda de la orilla, bienteveos y pitirres, mientras aguas abajo, un pájaro San Martin disfruta de su habitual día de pesca, muy cerca de la gran roca de las pictografías indígenas en el sector que hoy llaman Bañadero.
Desde aquella época de la más temprana adolescencia he viajado a Los morones en varias ocasiones, las más recientes con la mirada escudriñadora del poeta, por no decir del aficionado a la arqueología y ya reconociendo, por referencias y lecturas, el valor de dicho lugar.
Hoy el Salto de Los morones está escondido al ojo transeúnte por la maleza y algunas construcciones que interrumpen la vista entre la orilla de la carretera y el lugar. Pero son suficientes un par de minutos para acercarse al lugar mágico, cuyas rocas dan testimonio de los primeros habitantes del lugar y que, siglos después, a comienzos del siglo XX deslumbró al principal cronista de la localidad, el novelista Ramón Juliá Marín. En una crónica escrita en 1912 para El Puerto Rico Ilustrado nos decía que “es un hermoso paisaje quizás el más atractivo de la isla.” Entonces el poeta y novelista reclamaba de las autoridades que rescataran del olvido ese hermoso paraje, no solamente uno de los más hermosos, uno de los más ricos culturalmente. Paisaje que encantó a generaciones de muchachos de la localidad y que hoy vive aprisionado por el abandono.
Toda el área que rodea al Salto Los Morones es rica en el arte rupestre taino. Recuerdo que mi primera aventura arqueología ocurrió un par de kilómetros aguas arriba del Salto. En el lugar conocido como Puente Blanco acompañé en mis días de escuela superior al poeta Guillermo Núñez y a otros aficionados a la arqueología a realizar una excavación en búsqueda de una roca con grabaos que había sido enterrada por los derrumbes o las construcciones de la carretera. Nunca llegamos a encontrar dicha roca, pero un hermano del poeta, Edgar Reyes, asegura que la misma estaba casi en el patio de su casa.
En la dirección norte de Los morones, aguas abajo, se encuentra uno de los lugares donde mejor esta expresado el arte rupestre indígena. Todavía hoy, luego del desgaste del tiempo y las aguas del Abacoa, se puede distinguir no solamente la rica pictografía taina, sino la sensación de habitar un paisaje lleno de magia y encanto, que invita a la reflexión. Hay que tomar en cuenta que un par de kilómetros hacia el norte, continuando aguas abajo, se encontraba una de las principales poblaciones indígenas, en los terrenos aledaños al recinto de Utuado de la Universidad de Puerto Rico, según las investigaciones realizadas también a comienzos del siglo XX por el arqueólogo Fukes y traídas ante la consideración en un interesante y sugestivo escrito del historiador y arqueólogo Roberto Martínez.
Pero volvamos a Los Morones y sus encantos. Esperanza Mayol Alcover en su libro de memorias Islas, (1974) nos relata sus experiencias como habitante del lugar.
“Por esta zona, el rio corría a veces por canal bordeado de enormes peñascos, algunos de los cuales tenían un corte vertical. En la margen del sur del rio había un arenal muy extenso, donde sobresalían enormes piedras. Algunas de ellas tenían grabados diseños y figuras: líneas zigzagueantes, círculos, soles y caras, consistentes, estas últimas, en un circulo o un óvalo con dos hoyos representando los ojos y una línea en curva representando la boca. Bastante más abajo de Salto Arriba, y localizada en la vega de Fabián, había una piedra enorme totalmente cubierta por varios lados y en el tope de variadísimos y complicados diseños esculpidos en la piedra. Más de treinta en total. Difícilmente pueda encontrarse en todo Puerto Rico una piedra como aquella.” Islas, pag. 173
Desde aquella época de la más temprana adolescencia he viajado a Los morones en varias ocasiones, las más recientes con la mirada escudriñadora del poeta, por no decir del aficionado a la arqueología y ya reconociendo, por referencias y lecturas, el valor de dicho lugar.
Hoy el Salto de Los morones está escondido al ojo transeúnte por la maleza y algunas construcciones que interrumpen la vista entre la orilla de la carretera y el lugar. Pero son suficientes un par de minutos para acercarse al lugar mágico, cuyas rocas dan testimonio de los primeros habitantes del lugar y que, siglos después, a comienzos del siglo XX deslumbró al principal cronista de la localidad, el novelista Ramón Juliá Marín. En una crónica escrita en 1912 para El Puerto Rico Ilustrado nos decía que “es un hermoso paisaje quizás el más atractivo de la isla.” Entonces el poeta y novelista reclamaba de las autoridades que rescataran del olvido ese hermoso paraje, no solamente uno de los más hermosos, uno de los más ricos culturalmente. Paisaje que encantó a generaciones de muchachos de la localidad y que hoy vive aprisionado por el abandono.
Toda el área que rodea al Salto Los Morones es rica en el arte rupestre taino. Recuerdo que mi primera aventura arqueología ocurrió un par de kilómetros aguas arriba del Salto. En el lugar conocido como Puente Blanco acompañé en mis días de escuela superior al poeta Guillermo Núñez y a otros aficionados a la arqueología a realizar una excavación en búsqueda de una roca con grabaos que había sido enterrada por los derrumbes o las construcciones de la carretera. Nunca llegamos a encontrar dicha roca, pero un hermano del poeta, Edgar Reyes, asegura que la misma estaba casi en el patio de su casa.
En la dirección norte de Los morones, aguas abajo, se encuentra uno de los lugares donde mejor esta expresado el arte rupestre indígena. Todavía hoy, luego del desgaste del tiempo y las aguas del Abacoa, se puede distinguir no solamente la rica pictografía taina, sino la sensación de habitar un paisaje lleno de magia y encanto, que invita a la reflexión. Hay que tomar en cuenta que un par de kilómetros hacia el norte, continuando aguas abajo, se encontraba una de las principales poblaciones indígenas, en los terrenos aledaños al recinto de Utuado de la Universidad de Puerto Rico, según las investigaciones realizadas también a comienzos del siglo XX por el arqueólogo Fukes y traídas ante la consideración en un interesante y sugestivo escrito del historiador y arqueólogo Roberto Martínez.
Pero volvamos a Los Morones y sus encantos. Esperanza Mayol Alcover en su libro de memorias Islas, (1974) nos relata sus experiencias como habitante del lugar.
“Por esta zona, el rio corría a veces por canal bordeado de enormes peñascos, algunos de los cuales tenían un corte vertical. En la margen del sur del rio había un arenal muy extenso, donde sobresalían enormes piedras. Algunas de ellas tenían grabados diseños y figuras: líneas zigzagueantes, círculos, soles y caras, consistentes, estas últimas, en un circulo o un óvalo con dos hoyos representando los ojos y una línea en curva representando la boca. Bastante más abajo de Salto Arriba, y localizada en la vega de Fabián, había una piedra enorme totalmente cubierta por varios lados y en el tope de variadísimos y complicados diseños esculpidos en la piedra. Más de treinta en total. Difícilmente pueda encontrarse en todo Puerto Rico una piedra como aquella.” Islas, pag. 173
Toda esa belleza y su contexto arqueológico se me volvieron a revelar en mi más reciente viaje a Los morones, esta vez acompañado de un grupo de profesionales de la academia, entre ellos especialistas en arqueología, geología, historia y literatura. Quería echar una mirada a las ruinas de la vieja represa y los canales que se diseñaron, según el historiador local Pedro Hernández (1967), para llevar agua a la Planta Casellas en 1896. Este proyecto aparentemente se malogró cuando la crecida del Ciclón San Ciriaco en 1898 arrastró la muralla que represaba las aguas del rio, arriba del salto. Un tramo de los canales todavía discurre, encubierto por maleza y arboleda, a orillas de la carretera.
El Salto de los morones y su entorno geográfico representa uno de los paisajes más impresionantes de toda la comarca, sin embargo, es un sitio olvidado y hasta maltratado. A comienzos de la década de 1980, un terrateniente del lugar destruyó el monumento de la cultura indígena que representaba la piedra localizada en el Rio Grande de Arecibo, cerca a la vega de Fabián, que menciona la autora. Remanentes de la Piedra India ocupan hoy un espacio en el Recinto de Utuado de la Universidad de Puerto Rico. Otras partes ocupan los rincones de algunas residencias locales, según los entendidos en las chismografías de la comarca.
Arqueólogos como Roberto Martínez Torres han abogado porque se inicie una amplia re investigación del entorno de Salto Arriba y su riqueza arqueológica (ver El Nuevo Dia, Revista Domingo, 21 de mayo de 2006). Éste, en otros escritos así como en conversaciones con este cronista ha lanzado la hipótesis de que algunas comunidades indígenas pudieron sobrevivir aisladas en durante los primeros siglos de la colonización española. Salto Arriba, podría ser, de acuerdo al historiador y arqueólogo, uno de esos lugares. La montaña y lugares como Salto Arriba, tienen mucho que decir todavía para la historia y el conocimiento.
Está en manos de los nuevos arqueólogos y profesionales de la cultura el reencontrar nuevas sendas para la interpretación y estudio de nuestro pasado. Mientras eso ocurre todos los demás debemos continuar preservando lo que todavía nos queda visible, como El Salto de los Morones.
Si la función del poeta es nombrar, nombro Los morones, consagro su salto de agua, su piedra milenaria, la sacralidad implícita de sus entornos, e invito, al barcito más cercano, a un brindis, tan pronto termine la caminata entre sus aguas y sus piedras.
El Salto de los morones y su entorno geográfico representa uno de los paisajes más impresionantes de toda la comarca, sin embargo, es un sitio olvidado y hasta maltratado. A comienzos de la década de 1980, un terrateniente del lugar destruyó el monumento de la cultura indígena que representaba la piedra localizada en el Rio Grande de Arecibo, cerca a la vega de Fabián, que menciona la autora. Remanentes de la Piedra India ocupan hoy un espacio en el Recinto de Utuado de la Universidad de Puerto Rico. Otras partes ocupan los rincones de algunas residencias locales, según los entendidos en las chismografías de la comarca.
Arqueólogos como Roberto Martínez Torres han abogado porque se inicie una amplia re investigación del entorno de Salto Arriba y su riqueza arqueológica (ver El Nuevo Dia, Revista Domingo, 21 de mayo de 2006). Éste, en otros escritos así como en conversaciones con este cronista ha lanzado la hipótesis de que algunas comunidades indígenas pudieron sobrevivir aisladas en durante los primeros siglos de la colonización española. Salto Arriba, podría ser, de acuerdo al historiador y arqueólogo, uno de esos lugares. La montaña y lugares como Salto Arriba, tienen mucho que decir todavía para la historia y el conocimiento.
Está en manos de los nuevos arqueólogos y profesionales de la cultura el reencontrar nuevas sendas para la interpretación y estudio de nuestro pasado. Mientras eso ocurre todos los demás debemos continuar preservando lo que todavía nos queda visible, como El Salto de los Morones.
Si la función del poeta es nombrar, nombro Los morones, consagro su salto de agua, su piedra milenaria, la sacralidad implícita de sus entornos, e invito, al barcito más cercano, a un brindis, tan pronto termine la caminata entre sus aguas y sus piedras.