Decadencia y muerte del político letrado
La literatura como acto público está tan mal parada en
nuestro país que hasta aquellos escritores que son candidatos a puestos
públicos esconden la realidad de que son escritores y se dan a conocer a través
de otras parcelas de su personalidad pública: profesores, dirigentes
sindicales, comentaristas de esto y de aquello.
Nunca de escritores y menos si son escritores poetas. Parece que un temor a que los textos los
traicionen o reconocen que no vale la pena presentarse ante un público
electoral como escritores.
Recientemente escuché una tertulia radial donde se
hablaba de todos los valores de un candidato menos de sus novelas o sus poemas.
En tiempos
pasados se hablaba de don Luis Muñoz Marín como el vate, es decir el poeta,
como un reconocimiento amplio. Luis
Palés Matos, amigo de Muñoz Marín era invitado a Fortaleza, asimismo otros
escritores de la época.
En otros países, digamos México, Argentina, Chile,
Venezuela, Brazil, los escritores son escritores y punto. Como tales se pueden
convertir en intelectuales públicos orgánicos, a la manera de cómo lo entendía
Gramsci, o voceros de sus ideas. En
nuestro país ni siquiera los pequeños espacios literarios de la prensa reconocen
a los escritores que se lanzan al ruedo público. Ni siquiera Claridad, el autoproclamado
periódico de la Nación Puertorriqueña, hace mención de ese hecho en las
entrevistas que han realizado a alguno que otro candidato.
De la radio ni se diga: la incultura o el diletantismo
de magazine (tomo la frase prestada de José Arsenio Torres) permea nuestros programas de discusión pública
(con algunas excepciones). La mayoría de
los que presentan los llamados Talk Shows
de la radio nacional puertorriqueña, descansan en sus recursos académicos (historiadores,
planificadores, sociólogos, politólogos) que a su vez se sostienen en títulos académicos que hace mucho tiempo
perdieron su pertinencia. Los
entrevistadores hacen preguntas sobre libros que nunca han leído y personas
cuyas trayectorias desconocen. Por lo
mínimo un entrevistador o periodista que se precie de serlo debería hacer un
mínimo de investigación sobre el académico o académica que tiene frente a
sí. Es lo menos que se puede esperar.
Vivimos en la sociedad del espectáculo, donde lo
profundo y lo riguroso no cuentan. En el
debate público sobrevive el destello del chisme, la voz del rumor, la imagen de
lo farandulero. En ese escenario el
escritor perdió toda posibilidad de ser un intelectual público. Su participación (guiada por los propios
intereses de los medios) responderá a lo trivial. Por lo menos, de vez en cuando nos llega una
columna de Luis Rafael Sánchez, Ana Lydia Vega, Rafah Acevedo o Edgardo Rodríguez
Juliá, para mencionar solo algunos que han logrado acceso a un limitadísimo
espacio en la prensa. Claridad a veces
nos trae enriquecedoras columnas de Félix Córdova Iturregui, precisamente un
candidato por un partido del que a lo mejor sus partidarios desconocen de su
poesía o del hecho de haber sido finalista en el prestigioso premio Alfaguara
de novela.
No es que la prensa sea la meta editorial de ningún
escritor. Esto le corresponde a los libros o a las revistas serias, pero la
radio, la prensa diaria o semanal, son los vínculos que mantienen a un escritor
con su pueblo, por lo menos con el pueblo que no tiene acceso a los blogs o las
revistas académicas de escasa circulación.
La ciudad letrada perdió su norte y el escritor las fronteras que conquistar y
nadie es consciente de ese hecho o si lo son
parece no importarle mucho. En
este país cualquier cosa es posible, menos escuchar la voz de los escritores en
muchos espacios públicos.
Es notable la excepción de la ciber revista 80grados que publica en internet un
grupo de intelectuales y periodistas puertorriqueños. Es el mejor foro del país.
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