miércoles, febrero 08, 2006

RECUERDOS QUE MATAN


De tiempo en tiempo, cuando al anochecer las calles de mi pueblo de Utuado se tornan desiertas, hago un recorrido a lo largo de la avenida Ribas Dominicci y la Calle Doctor Cueto, desde La Playita hasta el pueblo. Estas caminatas, que tienen el propósito de mejorar la salud física y emocional, se tornan en un viaje a la desolación. El caminante solitario, como lo soy la mayor parte de las veces, adquiere una perspectiva cercana, íntima de las cosas, de los objetos, de los colores y los olores de los territorios que ocupa su caminata. Se percibe la realidad en su desnudez más clara y, si uno es buen observador, se le revelan, más allá de las grietas físicas, destrozos en el recuerdo, en la memoria.
Para los que hemos recorrido esas calles por muchos años, y yo lo he hecho por más de 40, notamos de inmediato dos cosas: el abandono y el deterioro. El abandono en el sentido más gráfico y elocuente, abandono de los seres humanos de un territorio que en el pasado estuvo ocupado por gente en pródiga convivencia y abandono por las aceras destruidas, los edificios abandonados, el sentido de campo después de la batalla.
Hace algún tiempo, un compañero de trabajo y comerciante me dijo que se habían contado más de 40 lugares cerrados, algunos de ellos en total estado de abandono. Otro compañero me informó haber contado 25 usuarios de drogas en distintos puntos de la calle Doctor Cueto. Con alguno de ellos me he cruzado en mis caminatas transitando como los fantasmas que ha visto el amigo, profesor universitario y fraile franciscano, Reinaldo Saliva González. Es el cuadro repetido y repetido que verá cualquiera que camine nuestras calles, cualquiera que quiera ver.
El problema es que la mayoría de las personas en nuestra sociedad van en sus vehículos como encerrados en una burbuja que les ayuda a deshacerse de los males que le rodean. Otros han dado la situación por irremediable y perdida. Unos no osan acercarse al área urbana y otros han tomado la ruta del exilio.
Los que continuamos por distintas razones y circunstancias apegados a este pequeño territorio que se llama la Ciudad del Viví, y que por obligación o por cualquier tipo de razón nos acercamos a sus calles casi todos los días, no tenemos otro remedio que soportar la desolación como acompañante. Los que vivimos algo de tiempos mejores sentimos que la ciudad de Utuado que vibraba con calor humano y cordial convivencia hasta fines de los años 70, más o menos, es una imagen que se apaga en la memoria.
Los estudiosos de la historia saben que la cultura, las artes y todas sus manifestaciones florecen allí donde ese florecimiento es propiciado por bonanzas económicas. La bonanza de Utuado es asunto de la historia que también nos describieron Pedrito Hernández o Fernando Picó. Hace tiempo que marchamos por el camino de la decadencia en todos los órdenes de la vida. Podrán decirnos pesimistas y que dicho cuadro se repite en otros lugares, que no es propio de Utuado. Lo cierto es que con la pérdida de los empleos, la desidia gubernamental, la apatía ciudadana y la fijación en valores que nada positivo aportan a la vida ciudadana, no es mucho el optimismo que se pueda generar en estos días. Tal vez una nueva generación, pero con escasas excepciones los jóvenes tienen su mirada puesta en porvenires que los alejan del lar nativo. Ante la disyuntiva solo nos resta rescatar la esperanza de que algún día podamos caminar por las calles sin que la desolación y el abandono sean nuestras compañeros de viaje.

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463 Campo Alegre, Utuado, Puerto Rico
Periodista, Escritor y Poeta, Ciudadano Lector